lunes, 31 de agosto de 2009

Más sobre Daiquiri Blues de Quique Gonzalez

Leemos en el diario Público:

Bajo las luces de Nashville
El rockero madrileño ha grabado su nuevo disco con músicos legendarios en la cuna del country

DIARIO PUBLICO
[quique gonzález detalle]

Para Quique González, Estados Unidos es el país de la música. Hay quién le pondría alguna objeción, pensando quizás en Austria o Alemania, pero el rockero madrileño lo tiene bastante claro. "Nashville es la ciudad de la música", sentencia. Allí ha grabado su último disco, Daiquiri blues, que se publicará a finales de octubre. González ha roto con su discográfica, Warner, y está barajando varias opciones para editarlo. Por ahora, sólo se puede escuchar en un puñado de CD Verbatim grabados de forma casera que el músico distribuye como si fuera farlopa. Resopla, mira a un lado y a otro de la cafetería de un céntrico hotel de Madrid, mete la mano en una bolsa de viaje llena de ropa y hace la entrega, susurrando: "Lo tenemos tú, yo y otras dos personas. Cuídalo y, por favor, no se lo dejes a nadie. Me harías una gran putada". Al CD, con el título del álbum pintarrajeado con un rotulador azul, sólo le falta una pegatina con la advertencia "materialpeligroso".

Para un músico de rock, grabar un disco en Nashville es como para un futbolista jugar en el Bernabéu. "Allí, el tío que está subido al poste de la luz es guitarrista y su hermano toca el dobro esa noche en un club. Todo el mundo toca un instrumento y se respira música desde que llegas al aeropuerto, donde ves todos los stands de Gibson", dice el cantante. En Nashville está la fábrica de guitarras Gibson, el orgullo de la ciudad.

Con más de medio millón de habitantes, Nashville es conocida principalmente por dos cosas: su arquitectura neoclásica tiene una réplica del Partenón y se la denomina la Atenas del Sur y su condición de cuna de la música country. Allí se establecieron estudios de grabación y discográficas de este y otros géneros hermanos a partir de los años veinte. Las estrellas más rutilantes de la música popular del siglo XX han pasado por la ciudad en algún momento de sus carreras. Bob Dylan grabó allí Blonde on blonde (1966) y sus dos discos country de los sesenta, John Wesley Harding (1967) y Nashville skyline (1969). Neil Young grabó en el legendario Ryman Auditorium el documental Heart of Gold, dirigido por Jonathan Demme. Y así se podría seguir... "Los primeros días te sale la música por las orejas. En la calle principal, Broadway, que tiene tres carriles por sentido, hay unos 20 ó 25 clubes con música en directo desde la una de la tarde hasta la una de la madrugada. La primera noche fuimos a un sitio que se llama Station Inn, un sitio auténtico de Nashville, con un público veterano muy respetuoso, y estaba tocando el pedal steel un músico de Mark Knopfler y el contrabajista era el que ha tocado en el disco de Alison Krauss y Robert Plant. Eso la primera noche", explica asombrado González.

El músico eligió Nashville porque allí trabaja Brad Jones, un prestigioso productor con ciertas conexiones con España (produjo a Josh Rouse, músico americano afincado en nuestro país, a los Sunday Drivers y tocó el bajo en un disco de Ariel Rot). Un mes en el estudio que, curiosamente, resultó ser su grabación más barata. "Influye el cambio del dólar, claro. Además, no pagué alojamiento, porque dormía en la misma sala de grabación, al lado de un piano Steinwey de mil ochocientos y pico", recuerda el músico.

Grabar un disco tiene su miga. Hay que tomar demasiadas decisiones en muy poco tiempo. Si además tienes que trabajar con músicos que no conoces, la labor puede complicarse, salvo que esos instrumentistas se llamen Al Perkins. "Es una leyenda, aparece en cinco canciones. Ha tocado con Dylan, en el Exile on Main St. de los Rolling Stones, con Randy Newman, con Gram Parsons Estoy pensando en poner una pegatina en el disco que ponga: invitado especial, Al Perkins".

La tontería, para los tontos

Se graba en un mes, pero se cocina en dos años. González compuso 30 canciones, maquetó 13 y trabajó con Brad Jones vía mail durante varias semanas, esbozando arreglos y eligiendo a los músicos. Entre ellos, dos baterías de renombre: Brian Owings, que ha tocado con Emmylou Harris y Buddy Miller; y Ken Coomer, que grabó los tres primeros discos de Wilco. "Eran extremadamente rápidos y precisos. No tienen nada de tontería", subraya el músico español.

Heredero natural de Enrique Urquijo y Antonio Vega, pero marcado por la rica escena rock norteamericana de la última década (en su nuevo disco la sombra de Wilco está muy presente), Quique González es un rockero auténtico: estilo clásico, romanticismo épico, letras de película... No le faltan ni las botas. Se debe al rock y busca en él los cuatro minutos perfectos. Un músico exigente que haciendo música disfruta tanto como sufre: "Siempre he sufrido mucho en las grabaciones. Quizás por inseguridades y miedos que tenemos Por querer estar a la altura de las circunstancias. El primer día que toqué con la banda me sudaban las manos, estaba todo el rato secándomeen el pantalón".

La estrategia era un tanto suicida. Los músicos no habían escuchado las canciones previamente. Llegaban al estudio y González, con la guitarra o el piano, las ejecutaba, una sola vez, mientras el resto tomaba nota. A continuación, a tocar la primera toma. Lo más sorprendente es que muchas de las pistas que se oyen en el disco proceden de esas aproximaciones iniciales. "Brad piensa que la primera vez que un músico interpreta una canción es cuando toca lo que le sale del corazón. Luego, en las siguientes tomas piensa más, es menos natural. Y lo hicimos todo con esa idea. Incluso muchas voces son las que canté cuando les enseñé la canción. Luego piensas que igual lo puedes cantar un poco mejor, pero no estás dentro del groove que se crea en ese instante".

A los músicos no les interesaba si González vendía mucho o no en España. Le preguntaban por la música de aquí el flamenco, Paco de Lucía... y, sobre todo, querían saber qué decían las canciones que estaban tocando. "Antes de hacer una toma con los músicos les tenía que dar una charla sobre la letra. Era la primera vez que lo hacía. Para ellos es fundamental saber qué dice la canción y lo que hacía era darles una idea central. Por ejemplo, en Riesgo y altura les expliqué que cuanto más riesgo corres, más premio tienes".

La rutina era casi militar. A las nueve y media arriba, una ducha y a las diez llegaba Brad Jones. Por la mañana registraban una canción, por la tarde dos, con una hora de descanso para, todos juntos, comer. Los días transcurrían en un océano de música, un nirvana para un rockero auténtico como González. "Todas las conversaciones eran sobre música. Recuerdo que íbamos camino del estudio con los músicos, oyendo una canción de Dylan en la radio del coche, y hasta que no acababa la canción nadie se bajaba. Parece una tontería, pero no lo es".

La jornada terminaba a las siete y media, momento que González aprovechaba para dejarse mecer por las calles y bares de Nashville. Se iba a desconectar. ¿Cómo? Por supuesto, viendo conciertos. "Las dos primeras semanas veíamos a cuatro grupos diarios, no paras. Entras en un bar y hay un tipo tocando de forma bestial. Y músicos que van de club en club tocando por las propinas: para tres personas, pero literalmente , mi amigo, yo y el camarero, y lo hacen con una intensidad increíble no se permiten tocar mal". También hubo tiempo para el turismo cómo no, musical: visita a Graceland y el deporte, con la mesa de ping pong que animaba los tiempos muertos entre las grabaciones.

El resultado de la aventura americana de Quique González se desvelará a finales de octubre. El siguiente paso será la gira de presentación de Daiquiri blues. "Quiero hacer una gira y una banda en función del disco. Tratar de respetar los arreglos y hacer algo distinto a lo que suelo hacer, para que tenga los colores del disco", adelanta el músico. Por el momento, mañana viaja a Argentina para una mini-gira de cinco conciertos acústicos.



Y aqui tenemos las canciones comentadas:

"Daiquiri blues":
"Un, dos, tres y..." En Nashville se cuenta en español. Suena una guitarra acústica y la voz de Quique González destapa la caja de la melancolía. Balada blues-rock con un órgano hammond nocturno y delicioso. El estribillo es adictivo.

"Cuando estés en vena":
Medio tiempo con ecos de Tom Peety. Llama la atención el puente con suntuosos arreglos de cuerdas. Falla en su especialidad: el estribillo es un poco facilón y se hace cansino.

"Un arma precisa":
El piano inicial recuerda a los Wilco de "A ghost is born". El pedal steel dibuja paisajes desérticos. También incluye arreglos de cuerda y una mandolina. Es la canción más ornamentada, sobre todo en su tramo final. En la letra, confesiones como "toda mi vida son cuentas pendientes".

"Hasta que todo encaje":
La tensión empieza a subir. "necesito un amor que no cueste trabajo", canta en esta emocionante balada, que cuenta con una preciosa melodía y unos arreglos de viento espléndidos. Lo tiene todo para convertirse en éxito (y para que el público la cante en los conciertos).

"La luna debajo del brazo":
La que más recuerda a grupos españoles como Los Secretos (y no sólo por referencias de la tierra, como el Puerto de Santa María). La letra habla sobre una historia de amor del pasado que no acaba de cerrarse.

"Deslumbrado":
Uno de los mejores temas del álbum. El ritmo hipnótico de la guitarra acústica aporta oscuridad y densidad al conjunto. Tiene un puente final con una melodía deslumbrante, donde dice: "siempre tiramos de lo que perdemos,/ siempre perdemos lo que más queremos,/ siempre tenemos lo que merecemos...".

"Lo voy a derribar":
Balada acústica con una instrumentación mínima. La letra es un tanto críptica, excesivamente abstracta, Esta falta de concreción de los textos se repite en otras canciones, que pecan de indefinidas.

"Su día libre":
Mantiene el tono acústico, en el que probablemente es el disco menos eléctrico de González. Vuelve a notarse la influencia de Wilco en las guitarras atmosféricas. Tiene otro magnífico estribillo.

"Riesgo y altura":
Entre el jazz y el tango, procede de un instrumental compuesto por un amigo suyo para un corto. González le puso la voz y nuevos arreglos.

"Nadie podrá con nosotros":
Otro medio tiempo de guitarras brillantes y melodía delicada. Piano y pedal steel ganan en protagonismo. La letra nostálgica recuerda el sentimiento de ser invencible de la adolescencia.

"Restos de stock":
La canción más rockera de todo el disco, con las guitarras en primer plano. Un potente Quique González saca las garras.

"1956":
El título es un homenaje a la novela de Juan Marsé. Balada acústica con un estribillo desarmante. La voz recuerda a Jeff Tweedy, de Wilco.

"Algo me aleja de ti":
Versión de la canción de José Ignacio Lapido, otro ilustre rockero español. González la canta a piano.

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